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Guamuhaya

Cumanayagua: un pueblo como no hay dos

BREVE Y NECESARIA INTRODUCCION

Sobre mi amado pueblo he recopilado durante años todo lo que he tenido a mi alcance y de lo que conforma el compendio CUMANAYAGUA EN LA MEMORIA, ofrezco esta primera colaboración para los cibernautas del portal digital de tan divino terruño, donde todo puede ser posible y por el derroche de la imaginación de sus pobladores.

En este sitio entrerriano, palabra ya acuñada, viven mis amigos de la ya distante juventud y ellos, convertidos en profesionales con voces muy autorizadas, podrán apreciar con sentido crítico esta aproximación y evaluarla, porque la vida misma les otorga ese derecho. Tengo la esperanza de salir bien parado del gran riesgo de expresar cómo creo yo que ocurrieron los acontecimientos históricos. Aquí está el primer pedacito de mi incesante búsqueda. Muchas gracias…

EN BUSCA DEL TIEMPO IDO

Aunque la fundación como poblado se diga ocurrió un 3 de mayo entre 1803-1804, desde mucho antes existía la localidad o  “Capitanía Pedánea”, que recibió el nombre de San Felipe de Cumanayagua, que mantuvo hasta 1878 para después llamarse Santa Cruz de Cumanayagua. Se expresa en el Acta Capitular  del 7 de junio de 1732, conservada en el Archivo Histórico de Trinidad lo siguiente: “…por decreto del Gobernador y Capitán de la Isla, se excluyó el Hato de Cumanayagua del abastecimiento de carne a Trinidad para que diera abasto a la Infantería de Jagua…” Lo anterior hacía referencia a que los avituallamientos fueran enviados a quienes iniciaban la construcción de la fortaleza del castillo Nuestra Señora de los Ángeles de Jagua y que antes iban con destino a la villa de Trinidad. Más tarde adquiere de nuevo su denominación original que ahora mantiene: Cumanayagua y la categoría de municipio desde 1963.

He logrado saber grosso modo que el Padre Fray Bartolomé de las Casas tuvo en la zona enmarcada en lo que fuera primegeniamente nuestro terruño, sus encomiendas en unión de Pedro Rentería, este último esclavista e insaciable tenedor de vidas y haciendas.

También en el campo de la leyenda está lo siguiente: Se agrega que estos últimos visitaron este apartado rincón de entonces y que en Las Dos Bocas -la confluencia del Arimao con el Hanabanilla- sostuvieron un encuentro con los aborígenes, quienes traían al cacique Cumá al frente, quien a nombre de todos, obsequió a los españoles el casabe, frutas, viandas y una tojosita, ave que pienso, muy particularmente, debiera ser el símbolo de este pueblo y porque siempre regresa al nido que antes dejó, como también lo hace cualquier cumanayagüense.

Existe la alusión de que los primeros pobladores se ubicaron en el centro del entonces denominado Hato de Cumanayagua y que fueron colonizados por peninsulares y nativos, cuyo término para la demarcación aún se conserva en una vivienda de calle Cienfuegos.

Según otras referencias, cuando se lleva a cabo la fundación oficial, celebraron tal ceremonia en el centro del Hato de marras, que consistía en túmulo y cruz enorme de bronce, de lo cual sólo se conserva lo primero al fondo del inmueble ya mencionado y enfrente de la actual unidad de Correos.Es en 1930 que esta localidad aspira, por el ímpetu de sus hijos, a convertirse en municipio, pues tenía gran auge en el comercio con aporte en el orden de varios cientos de miles de pesos, un total de 27 764 habitantes, unas 1 500 casas y porque en el propio pueblo ya residían alrededor de 8 000 personas. Barajagua, el barrio más cercano, contaba en ese momento con 2 681 habitantes. Sí puedo asegurar que desde esos tiempos remotos hasta hoy los lugareños o residentes, han tenido por norma en sus vidas tres empeños esenciales: sobresalir, regresar y dejar los huesos.

Todo cumanayagüense realiza extraordinarios esfuerzos por destacarse, ser recordado; si está lejos regresa un día a la tierra natal y de darle tiempo por la visita de la parca, pide como último deseo que sus huesos descansen aquí.

Lo más probable es que mucho antes que a Camajuaní, en la hermana provincia de Villa Clara, fuera traída a Cumanayagua la adoración de la Santa Cruz y también un 3 de mayo, al parecer del año 1804.

Aquí, como allá después, se quedó como tradición y en el pueblo, por demás entrerriano, pasó a ser el Día del Cumanayagüense Ausente, esa fecha que aprovechan los que una vez se fueron, para regresar y ver de nuevo a familiares y amigos.

Muy gentilmente, el especialista del Centro Provincial de Casas de la Cultura, de Villa Clara, el licenciado *Rafael Lara González, me ofreció el resultado de su investigación, lo que enriquece el conocimiento sobre los orígenes de nuestro querido pueblo. Queda a otras personas seguir hurgando y atando esos cabos que nos llevan al pasado.

EL ORIGEN DE UN NOMBRE

El origen del nombre Cumanayagua, ya en el siglo XXI, constituye un enigma que no se podrá desentrañar. La primera alusión a su existencia también se encuentra en la famosa Acta Capitular, fechada en la villa de Trinidad. Por aquel entonces fue conocido como el Hato de San Felipe de Cumanayagua, pues en 1806, ya era un poblado.

Según estudios de Samuel Feijoo, el nombre viene de la voz aborigen siboney  “Kumanayagua”, que significa “gran flor de Jagua”, para así referir la belleza de estos lugares. Esta versión fue hasta cierto punto confirmada por las investigaciones del profesor Carlos Martí, doctor en Lenguas Aborígenes, y uno de nuestros más prestigiosos intelectuales, aunque a ciencia cierta nadie ha podido decir la última palabra.

Otra versión tiene que ver con el gran cacique Cumá, quien en estas tierras luchó incansablemente contra la dominación española, y se suicidó finalmente al no poder detener el exterminio de su raza. Cuenta el historiador cumanayagüense Juan Rafael Navarro, que la conjugación de los nombres de este cacique rebelde y de su valerosa hija Anayagua, han formado el nombre de la región.

En ninguna Crónica de Indias, ni otros documentos de la época aparece el nombre de este cacique Cumá. La tercera hipótesis alude a una confusión lingüística. Cuenta el también cumanayagüense Alejandro Pereira Alves, que varios franceses llegaron aquí para colonizar y que durante el primer encuentro con los aborígenes de la zona, éstos les ofrecieron para comer un plato de casabe.

Uno de los europeos, no acostumbrado a tal comida, dijo en un español bastante difícil de entender, que el casabe estaba insípido y seco “como una yagua”. En realidad fue eso lo que quiso decir y lo que salió de su boca fue el vocablo Cumanayagua.

Antes de la fundación se lo llamaba a este municipio “Tierra de Feraz” y luego Cumanayagua. ¿Qué significa realmente el vocablo? Esto me lo he preguntado muchas veces y la respuesta -por mi parte- quizás la encontré en la reflexión que sigue:

Cumas, es el nombre de una antigua ciudad italiana y de ahí que el gentilicio para los que allí vivieron fuera “cumano” o “cumana”. 

Comayagua, el de una ciudad del interior de Honduras, capital del departamento del mismo nombre junto al cauce del río Humuya, localizada a 60 kilómetros al noroeste de la capital Tegucigalpa.

Cumanacoa, es otra localidad en el estado de Sucre,  Venezuela, capital del municipio homónimo. Se emplaza a 245 m de altitud sobre un valle aluvial del río Manzanares. Se comunica con el resto del país por la carretera que une las poblaciones de Cumaná y Maturín.

Cumaná, vocablo del dialecto caribe en Venezuela, designa a una ciudad portuaria en el nororiente, capital del estado de Sucre. Los habitantes de ésta, son conocidos como cumaneses o, también, como cumanagotos.

Cumanagoto, era el miembro de una tribu de indios bravíos que habitaban la región venezolana donde Fernández de Serpa fundó Santiago de los Caballeros, una ranchería a orillas del río Salado, en territorio del actual estado de Anzoátegui.

Yagua, en la lengua taína  significa también JAGUA.

Al encontrar todos estos nombres de las lenguas taína o caribe, me hace suponer que con los buenos vientos que impulsaron hasta Cuba a los habitantes de América Central  y del Sur, ellos trajeron en la mente esos vocablos que aplicaron aquí, por lógica asociación, cuando el paisaje y las riquezas del entorno eran muy similares a los de sitios desde donde habían emigrado.

Por la composición del vocablo y, sin que uno sea experto en asuntos de la lingüística, puede intuirse que CUMANAYAGUA significa “indios o aborígenes bravíos de Jagua”.

Esto tiene mucho de lógica, pues hacia esta zona de llano, premontaña y montaña se asentaban los más belicosos aborígenes, para vivir a sus anchas y sin que los conquistadores pudieran capturarlos con facilidad o someterlos a la esclavitud.

Ha pasado demasiado tiempo para poder hablar categóricamente, pero me inclino a creer que por una gran asociación se empezó a llamar así a este, mi terruño, pues aquí encontraron seguro refugio los más rebeldes de nuestros antepasados, quienes amaban la libertad y vivir por la ley del más fuerte, cuando la muerte no era más que un sueño.

En el triángulo que hacia el sur dejan los ríos Arimao y Hanabanilla, siempre han existido buenas tierras para los cultivos, sobre todo lo caña de azúcar y el tabaco. Hubo buenos pastos naturales para el ganado y sitios idóneos para el cultivo de hortalizas, lo que hizo posible que los primeros colonos españoles que vinieron hasta aquí, tuvieran en poco tiempo buenos resultados como premio al esfuerzo por labrar la tierra.

Como en todo el país fueron naciendo aquí hijos de españoles y negras esclavas, o hijos legítimos de españoles, que con el tiempo se consideraban “criollos” y deseaban la independencia económica y política de Cuba. Aquí también prendió el sentimiento de nacionalidad por el que lucharon, a partir de 1868, los patriotas de La Demajagua, con Carlos Manuel de Céspedes al frente.

Cumanayagua fue un lugar lejano y aislado, pero no por eso pasó inadvertido a los acontecimientos que conmovieron y sacudieron a toda la nación. Desde el primer momento, españoles o criollos, demostraron gran apego a la tierra y se esforzaron para sacarle todo lo que podía dar, siempre bajo el empeño de sobresalir más que cualquier otro.

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*“Cuenta la leyenda que por allá, el 3 de mayo de 1848, nace en el bohío del esclavo Félix Fusté, su hijo, el que a las pocas horas de nacido le ocurren unas convulsiones, por lo que se produjo un momento de desesperación entre los familiares y por lo cual deciden pedirle ayuda a una curandera que, por cierto, era isleña y se le conocía muy bien en toda la zona de Santa Fe, Camajuaní, por sus poderes curativos.

“Al llegar al bohío preguntó si el niño estaba bautizado y, por supuesto, los padres respondieron que no y acto seguido la curandera le impuso el sacramento de fe de bautismo. Derramó sobre su cabecita el agua bendita, le puso sal sobre la boca y le ungió con manteca de corojo, para entonces otorgarle el nombre de José de la Cruz. La isleña trajo con posterioridad una cruz de madera como regalo a los padres del niño.

“Esto lo hizo con la advertencia de que todos los 3 de mayo debían hacer fiesta por el nacimiento del niño y también por la celebración de la Cruz, por deberle la vida del pequeño. Así es que el 3 de mayo de 1849 se lleva cabo por primera vez, en la choza de Félix Fusté, la celebración dedicada a la Santísima Cruz de Mayo, tradición que se ha mantenido ininterrumpidamente en esa localidad villaclareña hasta los días de hoy.

“Desde un mes antes de la fecha los familiares, amigos y ahijados de la casa envían los aportes para la fiesta, consistentes en: pollos, gallinas, carneros, frijoles, arroz, vinos y velas; mientras, en un cuarto, bien guardada, permanece la Cruz durante todo el año, acompañada por seis cruces más que han sido donadas por personas agradecidas, debido a milagros realizados.

“Una semana antes la casa se transforma quedando en una sola habitación, mientras que en un extremo del salón se levanta el altar consistente en una base y tres escalones vestidos con paños blancos y bordados; en el estrado superior se coloca la Cruz principal (la centenaria) y en los tres restantes sitúan dos cruces (una en cada lado).

“Los espacios restantes se llenan con búcaros y flores. Sin lugar a dudas la veneración de la Cruz está presente en todo el desarrollo de los cultos; constituye el símbolo de la expiación y del sacrificio redentor de Jesucristo.

“El camino de la Cruz es el de los sufrimientos y pruebas, que conduce a la salvación, por lo que tiene un carácter sagrado. La Cruz puede tener poderes mágicos; al desenvolverse alrededor de ésta, el creyente considera que la purifica.

“Al lado del altar de la Cruz se construye uno más pequeño, donde se coloca la imagen de Santa Bárbara, por ser el santo de consagración a Lidia Fusté (dueña de la casa). Las celebraciones y ceremonias duran tres días y las más importantes son: el 3, el 5 y el 11 de mayo.

“El día 3 de mayo, desde por la mañana, se sacrifican los animales y en grandes calderos cocinan alimentos para los que asisten a la ceremonia. Comienzan a llegar los familiares, vecinos del lugar, así como invitados de otros lugares del país.

“A las ocho de la noche Lidia Fusté comienza con la ceremonia católica a través de los rezos y oraciones cristianas frente al altar de la Cruz; posteriormente, comienzan los cantos a la Cruz y a Jesús; con las oraciones invocan a las fuerzas sobrenaturales, a Dios para pedir bienestar, la liberación de un mal o agradecer un bien recibido y teniendo esto relación con la misa espiritual, como tradición adquirida por la iglesia católica relacionada con el novenario, consistente en nueve días de oraciones y recogimiento.

“Según las tradiciones del Cristianismo popular, debe realizarse con posterioridad al entierro del difunto por parte de familiares y amigos; recordemos que precisamente la fiesta dura nueve días.

“Después de terminados los preceptos católicos comienza el ritual bantú a través del toque de los tambores yuka que llaman a cantar expresiones del congo, en lo que constituye el tributo u homenaje de la fiesta por parte de los ancianos de la familia; los demás también se manifiestan con las respuestas a través de los cantos y danzas tradicionales aprendidas por sus antepasados.

“A media noche (12:00 a.m.) comienzan los toques y cantos de la Regla de Ocha o santería cubana con una peculiaridad con los propios tambores bantú, yuka, con la incorporación de los presentes con sus respectivos santos.

“Los orishas más celebrados son Oggún y Changó; cuando se comienza con el toque de Changó, se dirige Lidia Fusté hacia el altar y toma la botella con agua, fija la mirada en la botella y posteriormente comienza a rociar a los presentes hasta llegar a la posesión o encarnación de un espíritu, colocándole un chal rojo sobre los hombros y comienza entonces con las llamadas consultas y despojos de los presentes, constituyendo un acto ritual purificador de exorcismo, en el cual se utilizan plantas, agua templada, pases magnéticos que suelen estas acompañados de oraciones con el fin de expulsar los espíritus obsesos y otras influencias negativas.

“Se ha podido observar que los presentes poseídos por Oggún, realizan bailes encima de carbones encendidos, dando paso a la limpieza de los presentes a través de los machetes que portan en sus manos.

“De esta forma se desarrolla la Fiesta de la Cruz con nueve días de duración; el último día (11 de mayo), antes de la salida del sol, se van bajando las cruces del altar entregándolas a miembros de la familia y la imagen de Santa Bárbara es tomada por Lidia Fusté, saliendo los familiares y presentes a una procesión hasta el río.

“Al regresar y al compás de los toques se le entregan las cruces a los familiares por orden del altar hasta llegar a la cruz principal, que es entregada a Lidia; se levanta en alto otorgando la bendición de los presentes y es así que se da por terminada la fiesta”.

Considero que nadie se encargó de recoger en letra de molde para la memoria la tradición de la Cruz de Mayo aquí, pero lo más probable es que en  similares circunstancias haya sido traída por familias canarias hasta nuestro apartado rincón.

El actual municipio de Cumanayagua tiene como límites geográficos los siguientes: limita al este con Manicaragua, al oeste con la ciudad de Cienfuegos, al norte con Cruces y al sur con las aguas del mar Caribe.

 

 

 

 

El As de la aviación cubana...

 

El niño de ayer se ha trocado en anciano que peina abundantes canas. Del pasado distante un recuerdo vuelve y se aferra al presente: el día aquel que jugaba muy cerca de su humilde casa, sin más ropas que el ya raído short, cuando apenas contaba seis años.

Dejó a un lado la “yunta de bueyes” formada por dos botellas amarradas en sus picos y buscó en el cielo la causa del ruido ensordecedor, capaz de embotar los sentidos. Un pájaro plateado, de alas enormes y rígidas, como no lo había imaginado nunca, pasaba bajito y con ese zumbido enervante que lo hizo pasar por los estadios del miedo: temor-terror-horror. Pegado al suelo, no atinaba a moverse. Lo liberó la advertencia de la negra Macaria:

_Mi’jo, coorreee, que te agarra ese bicho del demonio...

Los pies del muchacho cumanayagüense le chocaron a la mitad del cuerpo, pero el magnetismo de lo desconocido fue mayor y regresó sobre sus pasos. Se escabulló entre el gentío que avanzaba rumbo al improvisado terreno de pelota. De nuevo apreció aquel objeto volante y esta vez se agregó el detalle de unos ojos abultados en el rostro del hombre que, desde allá arriba, observaba los aspavientos de acá abajo.

Disfrutó del momento en que el gigantesco pájaro venía a tierra, para disipar los temores de quienes antes habíanse asombrado de su inesperada y súbita aparición por los aires.

Nuestro testigo del pasado supo después que el raro aparato lo piloteaba el teniente de aviación Antonio Menéndez Peláez, de quien la prensa por entonces hablaba mucho, acerca de increíbles hazañas en la conquista de las alturas.

Miguel Bruguera París, antiguo compañero suyo, había acondicionado la pista de aterrizaje en el hoy estadio “Pedro Vera”, de Cumanayagua, para que de esa manera el audaz navegante aéreo pudiera visitar esta localidad.

 

SOBRE CÓMO MENÉNDEZ LLEGA A SER PILOTO

Este as de la aviación cubana había nacido el 3 de diciembre de 1900 en Asturias, España. Emigra a nuestro país en compañía de un tío y, a los diez años, obtiene la ciudadanía cubana. Desde esa temprana edad soñaba con volar.

Todavía joven (29 años), a través de amigos, encontró empleo como patrón de barco lechero desde el lugar conocido por Coreca, un punto en los alrededores de la bahía de Cienfuegos, con el fin de ahorrar el dinero suficiente, aunque realmente el bodeguero español dueño de “Las Brisas del Prado” le facilitó lo suficiente para que pudiera, en 1931, estudiar aviación comercial en la Lincoln  School de Chicago, Estados Unidos.

Pone a prueba su valor, pues en el avión marca “Waco” que compra también con la ayuda del bodeguero de marras, lleva a cabo el primer vuelo Chicago-Miami-Cienfuegos, a los que seguirían otras travesías comerciales más cortas. Antes de poder dar este importante paso en la brillante carrera de pionero de la aviación cubana, sufrió privaciones de todo tipo. Ni tan siquiera -por su humilde condición- cortejar la novia de sus sueños.

El trabajo era duro, con pocas horas de descanso, pero ganaba para guardar algún dinero. La embarcación a su cargo acopiaba la producción de leche de varias fincas del litoral sur, río Arimao arriba y otros puntos, para luego bajar hasta el Muelle Real y comercializar este producto en la ciudad.

En cierta ocasión fuerte turbonada casi pone fin a la vida de Menéndez y demás compañeros de labor, en una de aquellas travesías de trasiego de leche, a principios del año 1930.

El barquito, cargado hasta los topes, estuvo próximo a zozobrar. Con serenidad y sangre fría ante la furia de los elementos, Menéndez ordenó vaciar de inmediato el contenido de algunas botijas. Acto seguido quedaron todos en ropas menores y sujetos por medio de sogas a los improvisados salvavidas, se lanzaron al agua, cuando ya la embarcación se hundía.

Aferrados unos a otros enfrentaron la oscura noche. Resistieron hasta alcanzar una orilla, donde la anciana que allí vivía les prestó ayuda y facilitó ropas.

En su época de patrón de barco lechero vistió generalmente con pantalón blanco, camisa azul y gorra de marino. Frecuentó la barbería de Ventura Borrel, en Prado, entre Argüelles y Santa Clara, en Cienfuegos, a un lado de la casa Cervera, donde aprovechaba para conversar con amigos y soñar con la realización de sus mayores deseos.

El accidente marítimo, específicamente, fue el motivo para que Antonio Menéndez Peláez decidiera abandonar -por un tiempo- la zona de Cienfuegos y partir con lo ahorrado hacia Chicago.

 Supimos otros detalles, de antes y después de su viaje a esa ciudad norteamericana,  en la vida de quien se considera “aviador cumanayagüense”.

Menéndez sobresalió como innovador, pues creó el instrumento que medía, sin realizar mayores cálculos, la velocidad promedio del tiempo de vuelo, tiempo de distancia por recorrer, etc. Recibió innumerables condecoraciones en honor a sus méritos. Guardaba su avión, indistintamente, en la zona conocida por Los Amarillos (donde hoy está la Plaza de Actos de Cienfuegos); en Charcas (Abréus) y en Coreca. Para ganarse la vida llevaba a cabo viajes comerciales o con un pasajero hasta Santa Clara, Camagüey o La Habana.

Luego de ser piloto conoce de los desperfectos que sufre en el tren de aterrizaje un aeroplano del rico norteamericano Dupón, el cual cae a tierra en zona de la Ciénaga de Zapata. Menéndez se presenta y le pregunta sobre lo que haría con el aparato, a lo que el opulento hacendado responde que nada. Es así que se encarga de repararlo con la ayuda del Ejército.

Precisamente con este aeroplano reedita en 1936 el vuelo de Barberán y Collar. Con tanques adicionales para el combustible y volando a muy baja altura, hizo la travesía Camagüey-Sevilla en el avión reparado, al cual pone por nombre Look Sirius.

Así se convierte en el *primer cubano que atraviesa el océano Atlántico en un avión. Esto lo inmortaliza aunque puedan consignarse otros relevantes pioneros del aire que lo antecedieron.

Importante resulta señalar aquí que rebasa el Atlántico y, cuando alcanza el continente africano, una tormenta de arena lo obliga a aterrizar en el Sahara y él mismo se encarga de limpiar el carburador, para de inmediato proseguir viaje hasta Sevilla.

Antonio Menéndez superó el estrés que significaba verse solo en las alturas y cara a cara con el vasto océano, insondable, a la espera de tragarse al intruso por el imponderable de un desperfecto mecánico que pondría fuera de funcionamiento el único motor del aeroplano. Pero alcanzó el otro extremo del continente africano, tras varias horas que le parecieron interminables, sin poseer ningún tipo de comunicación con tierra firme y confiando sólo en sus cálculos, así como el auxilio de una pequeña brújula.

 

CONOCE A OFELIA GARCÍA.

 

Entre las múltiples invitaciones que recibió Menéndez en su viaje a Cumanayagua, de personas que deseaban conocerlo y agasajarlo, estuvo la de Don Evaristo García, dueño de muchas tierras en el Escambray. 

Por la amistad que inicia con esta familia conoce a Ofelia y sintiéndose atraído desde el primer momento por la bella joven, ejecuta un vuelo hasta Siguanea (hoy bajo las aguas del lago Hanabanilla), donde radicaba la mayor parte de las propiedades del hacendado. Aquí logra entrenarse en el pilotaje sobre las montañas, donde tempranamente también se conoce del incipiente desarrollo de la aviación.

       Fue en diciembre de 1936 cuando los pobladores huyeron desordenadamente en busca del refugio de los árboles o alguna cueva, cuando el gigantesco “pájaro negro” vino por aire a perturbar la tranquilidad de este pueblito.

         Se trataba del avión WACO del teniente Antonio Menéndez Peláez. Allí lo esperaba la hija de Don Evaristo García Fernández, quien lo había invitado para realizar ese vuelo hasta LA SIGUANEA.

         Pocos meses después, el 3 de abril de 1937, decide contraer matrimonio con Ofelia y la boda se celebra en la propia localidad de Cumanayagua, que ya lo considera un hijo, pues los pobladores ven como suyas las glorias que va tejiendo el intrépido teniente de aviación.

LA TRAGEDIA DE CALI.

Menéndez quiere realizar otra proeza y organiza, como jefe de escuadrilla, el Vuelo de Buena Voluntad Pro Faro de Colón. Todo marcharía bien hasta que fue preciso el cruce de Los Andes.

       Le aconsejaron para que desistiera de continuar el peligroso periplo aéreo, pero él insistió en llevar adelante ese itinerario sudamericano y partió, con la excepción del dominicano Frank Félix. Este, con un avión más veloz, pudo elevarse a 12 000 pies y alejarse del efecto de una tormenta. Se supone que esta última resultó la causa de la tragedia que, en la ** “Selva de la Soledad”, segó la vida de quienes tripulaban las naves “Santa María”, “La Niña” y “La Pinta”. El cable recogía este suceso:

Cali, Colombia, dic. 29 de 1937. (AP). Los siete tripulantes de los tres aviones cubanos que tomaron parte en el vuelo de Buena Voluntad por las repúblicas americanas, haciendo propaganda a favor del faro monumento a Colón en Santo Domingo, perdieron sus vidas cuando los aeroplanos cayeron envueltos en llamas a doce millas al sur de esta ciudad. Los cadáveres fueron encontrados carbonizados. La causa del accidente fue un temporal sobre la ciudad de Cali.

       Por los datos aparecidos en la prensa, hasta el lugar de la caída a tierra, los aviones llegaron a recorrer la distancia de 10 500 kilómetros y en el momento de producirse este accidente volaban a baja altura, siguiendo el curso del río Cali.

      El Diario de la Marina publicó extensos artículos y, entre tanto apogeo propagandístico, apareció esta nota que reproducimos:

 

Cumanayagua, Santa Clara, dic. 29 de 1937. Íntima conmoción ha causado en este pueblo la tragedia en la escuadrilla del vuelo panamericano. La señora Ofelia García encontrábase junto a sus padres desde el inicio del vuelo, por estar próxima a ser madre. El más intenso dolor y la mayor desesperación invaden el hogar de los esposos García Bruguera, padres políticos del teniente Menéndez.

Los restos de los aeronautas cubanos fueron traídos por barco y sepultados con grandes honores militares, entre el 18 y 19 de enero de 1938. En imponente ceremonia frente al Capitolio Nacional les otorgaron, póstumamente, la “Cruz de Honor”, alta condecoración de la República.

 

 LAS TRES VERSIONES SOBRE LA TRAGEDIA.

Oficialmente se dice que la tormenta sobre Cali fue la causa de la caída a tierra de los aviones, lo que evitó el piloto dominicano al poseer un aparato de mayores posibilidades. Junto a esta hipótesis apareció la de fuertes corrientes descendentes que obligaron a los aparatos a estrellarse.

Como segunda versión esgrimen que, debido al poco techo de vuelo, los pilotos estaban compelidos a volar casi rozando las cimas de las montañas y que unos bandidos los derribaron a tiros con la intención de robarles.

La tercera y más probable apreciación del desastre la dio Ofelia García, basándose en lo que le había contado un monje jesuita que impartía clases de botánica a sus alumnos, muy cerca del lugar donde ocurrió el trágico hecho.

Este observó que los aviones se incendiaban en pleno vuelo y se precipitaban a tierra, en un día perfectamente despejado. Incluso presenció cómo uno de éstos intentó caer en las aguas del río y vino, desafortunadamente, a chocar contra un promontorio.

Ofelia nunca quiso hacer pública esta revelación porque ya el mal era irreversible. El sabotaje a los aviones fue en extremo posible, para que en plena travesía el fuego se encargara de borrar cualquier tipo de prueba.

Quizás el dominicano, impuesto del deseo de alguien influyente para que no prosiguieran ese vuelo, optó por no insistir en la aventura sudamericana y de esa forma logró salvar la vida.

Luego de transcurridos tantos años cabe preguntarse: ¿Qué oscuros intereses se movieron detrás de este recorrido aéreo?

El celo profesional de quienes sabían de los dividendos y la fama que esperaban a los participantes en el vuelo, pudo ser -a mi entender- el móvil para evitar que la hazaña llegara a feliz término.

En este sentido los lectores del presente trabajo investigativo, deben documentarse todavía más y arribar a conclusiones propias, aunque no sean las mismas que inspiraron el breve recuento de la vida de un hombre, cuyas peripecias recogerá algún día el llamado “séptimo arte”.

El capitán ***Antonio Menéndez Peláez forma parte inseparable de nuestra Historia local y nacional, y es -además- un cumanayagüense, el Hijo Ilustre que siempre nos supo honrar.

 *Podemos considerar a Menéndez como el primer cubano que atraviesa el océano Atlántico en un avión, pues antes lo hizo el norteamericano Lindbergh, en 1927, cuando sin escala cubrió la distancia Nueva York-París.

 **La “Selva de la Soledad” es un paraje inhóspito en el curso del río Cali.

***Antonio Menéndez Peláez fue ascendido póstumamente al grado de

 capitán de aviación.

 

TRIPULANTES DE LOS AEROPLANOS

 

Avión “Santa María”: teniente Antonio Menéndez Peláez

mecánico Manuel Naranjo

cronista del vuelo Ruy de Lugo Viña

Avión “La Niña”:        teniente Feliciano Risech

Mecánico Roberto Medina

Avión “La Pinta”:        teniente Alfredo Jiménez

Mecánico Pedro Castillo

Avión “C. Colón”:       piloto Frank Félix (dominicano).

 

NOTA: Ruy de Lugo Viña fue un destacado periodista y escritor cienfueguero. El dominicano Frank Félix resultó ser el único sobreviviente de la tragedia de Cali.

 

LA FAMILIA DE ANTONIO MENÉNDEZ PELÁEZ

 

Ofelia García, esposa (falleció en 1984)

Antonio Menéndez García, su único hijo que nació días después de su muerte.

Lilian Menéndez Quintana, nieta (médico).

Lisette Menéndez Quintana, nieta (trabajadora de Comunicaciones)

Lisandro Menéndez Quintana, nieto (estudiante)

 

 

NOTA: Aún  reside en calle Cienfuegos, esquina a Logia, municipio de Cumanayagua, esta familia que contribuyó a formar el capitán de aviación Antonio Menéndez Peláez.

 

 

LOS ARGONAUTAS DE LA FLORESTA

_Un cedro con más de cien años...

 

El diálogo pudo ocurrir en la esquina mañanera de cualquier asentamiento escambradeño y se remonta a los primeros días de 1990. Sirve de punto de partida a los avatares del hombre que borró de su fuero interno la palabra imposible.

_Dentro de la vida to’ tiene solución. En Loma de Villalonga yo tengo un cedro con más de 100 años. Búscalo y... te lo llevas, si puedes...

Enrique Chávez, buen cultivador de refranes o dichos, más allá del humo del tabaco criollo dejaba entrever su risita pícara, que decía bastante de tropiezos y dificultades; y es que los montañeses amoldan la gramática a lo que quieren que digan las palabras.

También, por aislamiento, realizan faenas que no terminan nunca y el poco tiempo que les queda lo dedican a hacer los hijos. Como anfitriones ofrecen comida y albergue al que viene no importa de dónde, y agua de la tinaja esperando con el jarro lleno.

Sabe el guajiro de la montaña, por intuición, sobre los secretos del alma. Puede con facilidad reconocer al cojo sentado y al calvo con sombrero, diferenciar el bueno entre los malos, separar al honesto del tramposo y encontrar al individuo obstinado o luchador, capaz de ejecutar tareas que otros creen quimeras.

Para Tomasito, tal ofrecimiento ya era cuestión de honor, de vida o muerte, una obsesión. La adversidad había sido su eterna compañera, desde la infancia poco feliz en Loma de los Caballos o la Calle Nueva, de Cumanayagua.

En ese mismo instante desfilaron por su pensamiento, cual salón cinematográfico, los momentos de hacer sus propios juguetes y aprender los oficios de albañil y carpintero bajo el arbitrio de dos austeras maestras: la observación y los golpes.

Intacto conservaba el ímpetu de los años juveniles, aunque el paso sigiloso del tiempo le imponía, a este médico veterinario por las circunstancias, una carga próxima a los 50 años. La advertencia del hombre de campo dejó trunca esta última meditación:

_Oiga, vaya prepara’o pa’ todo, que allá arriba hay que estar arma’o. Los perros jíbaros están a patá’ y... majases también.

El “regalo” de Enrique, dueño de la finca Villalonga en *Hoyo de Macagual, se trocaba en el enfrentamiento hombre-naturaleza.

_Está bien -respondió Tomás, cumanayagüense de nacimiento, y agregó:

_Yo voy a buscar ese palo y si lo encuentro lo tumbo; y si lo tumbo lo arrastro; y si lo arrastro lo traigo hasta Cumanayagua, aunque tenga que dejar los sesos en el camino.

        Las pupilas de Tomasito refulgían como el relámpago y así el guajiro corroboró que hablaba a alguien capaz de bajar estrellas, si se lo proponía; y que -por el contrario de cualquiera- sentiría más y más satisfacción a medida que las dificultades fueran apareciendo.

Enrique Chávez retiró el tabaco y tras aparatoso escupitajo, acuñó a manera de colofón:

_Pues ahí está, yo te conozco de chico; te lo doy, es tuyo, puedes buscarlo cuando te dé la gana, a ver si de verdad tú eres tan arresta’o...

_Arrestado no, Enrique, necesitado. Yo saco ese palo del monte...

      En una de esas mañanas muy frescas, con el lucero del alba anunciando día despejado, de sol fuerte, Enrique Chávez recibió a Tomás. Este, sin mediar protocolo presentó a otro guajiro, en lo adelante compañero de interminables jornadas. Transcurrieron minutos de conversación en disímiles temas, saborear el café y confrontar conocimientos sobre el campo. Tomás iba de un lado para otro, deseoso de entrar en acción, hasta que interrumpe el palique:

_Roberto, coge el machete y vamos, que andando se quita el frío.

Enrique sirvió de guía. Atravesaron montes sombríos entre zarzas, bejucos y obstinadas enredaderas. Los inquilinos del bosque, por el crujir de las hojas y ramas secas, acallaron sus mil voces. La gran orquesta natural mantenía un solo de instrumento, el acompasado toc toc toc de pájaro carpintero golpeando en el interior de los oídos, pero sin que ninguno de los hombres supiera el sitio exacto donde el ave rasgaba el silencio.

Encontraron plátanos silvestres, delicia para el paladar: repletos de rocío y exhibiendo el amarillo intenso de la perfecta maduración, pero del palo... nada.

_Tiene que aparecer -vocifera Tomás.

Sus compañeros le compelían al regreso. A partir de donde habían llegado el monte comenzaba a tejer infranqueable muralla de arbustos entre los árboles, que no permitía a los rayos de luz tocar la tierra.

Tomasito presidía la fatigosa marcha. Salvó el obstáculo que ofrecía una puertecita de piedras y ramas, y escrutó la oscuridad, a pesar de que las manecillas indicaban ya las diez de la mañana.

Las telarañas vistas contra el fondo blanco de uno y otros pedazos de cielo, mostraban el sello especial y garantía de que este umbral nadie lo había traspasado durante bastante tiempo. Alrededor, la competencia entre árboles pequeños y grandes para ser los primeros, de copas altas, en recoger a plenitud el baño solar, vital como el aire para los de carne y huesos.

Esta otra vida del hombre brotaba y se aferraba a la madre bondadosa que aquí o acullá regala  y al final exige, como tributo, el sudor de la frente; y deja huellas a la para de compensaciones. 

Tomás poseía la dicha de llenar sus pulmones con aire puro; por sus venas corría sangre. El don divino de la abstracción lo separaba del mundo vegetal, de los árboles condenados a vivir sin la dote del pensamiento, lenguaje o traslación.

Sí que era el verdadero Rey. Al gigante verde no lo salvarían sus toneladas de peso inerte ni el cómplice azote de los bichos, ni la caricia desgarradora de las espinas. Vino para llevárselo y convertirlo en sostén de puertas y ventanas junto al acero y el cemento, esto último como lo único comparable a su personalidad.

El instinto de rastreador dirigía cada paso suyo y ese intercambio de sonidos y olores entre él y la naturaleza virgen del Escambray, quedó suspendido. En la semioscuridad divisó la mole cubierta por la hojarasca.

        _Roberto... Enrique... ¡carajo! Esto sí que es un cedro de verdad, lo que yo quiero.

Corrieron todos para acortar la poca distancia y los brazos extendidos de ellos no alcanzaban para abarcarlo en su circunferencia. Esta última -más allá del tronco- sobrepasaba las 100 pulgadas. El cañón -longitud entre la superficie del suelo y el comienzo del follaje- medía 12 metros.

Roberto, como este ejemplar, no había visto igual; y se apresuró a recomendar:

_Tomasito, el día 27, que es menguante, vamos a venir para tumbarlo. Hablaremos con Federico para sacarlo en pedazos, aunque está muy difícil poder entrar con bueyes a este infierno.

 

 

 

 A las siete de la mañana del día 27 de abril de 1990, frente al gigantesco cedro, cuatro diminutas figuras: Roberto, Tano, Tomás y el hijo de este último, Frank, se disponían a derribarlo. Avituallamientos: café, tabaco, plátanos y agua; además, un hacha, dos **yales y cable suficiente.

La exigua expedición había comenzado el ascenso de la loma tumbando copeyes y magueyes. El chichicate hizo de las suyas y en los primeros momentos les resultó angustioso encontrar el sitio donde anteriormente hallaron el palo.

Tano -experto hachero- encontró el coloso vegetal y terminó felizmente la breve contingencia. De inmediato el peligroso medio de trabajo era una prolongación de sus brazos y lanzó el primer tajo. La rolliza corteza saltó y no descargó el siguiente golpe.

Escuchó un grito lejano, salido desde dentro y sin duda audible para ellos, que se miraron extrañados. Pasaron 60 segundos angustiosos y vino a borrar la tensión el canto onomatopéyico del tocororo. El primero en decir algo fue Frank:

_Yo no creo en el más allá, pero oí clarito un ay de dolor...

Roberto, a dos metros del árbol, y Tano con el hacha en ristre, permanecían conteniendo la respiración; experimentaron la misma sensación de haber percibido sonido semejante, quizás explicable  dentro del campo de la imaginación. Tomás rompió el impás, abruptamente:

_¡Lo único que falta!!!, que este cedro esté llorando. Tano, métele mano, que si de ruidos se trata vamos a ver al Diablo bajar del cielo con su séquito de demonios.

_Sí, sí -tartamudeó el hachero-, donde hay hombres no hay fantasmas.

Y el hacha se levantó. El choque filoso del acero una y otra vez, y las astillas volando por los aires continuamente, apagaron para siempre aquel quejido que creyeron escuchar.

Lo derribó. A un tiempo abriéronse mil puertas de castillos medievales. Corrió de loma en loma el chirriar de goznes oxidados. El árbol cubrió 3 ó 4 cordeles  con su descomunal regazo.

      Huyeron en estampida las jutías, los majases de que habla Enrique y los ***arrieros; primeramente, no se veía el sol y de súbito apareció el día. Bejucos de parra entre 50 y 60 años yacían enroscados caprichosamente al tallo, envuelto además por curujeyes y finísimas plantas trepadoras. Los ****camaleones escaparon sobre estela multicolor.

Los hombres movíanse. Tomás sujetó una de las yales a otro árbol y a punto estuvo de arrancarlo de raíz  para lograr virar el enorme cedro, cuyo peso oscilaba en las tres toneladas y media. La euforia contribuía a olvidar el cansancio y contrarrestar el tenaz castigo de la manigua. El sol escalaba la cuesta del mediodía. Se imponía volver en otra ocasión. Fue entonces que decidieron ir saliendo de la floresta, en fila india.

 Frank, cual caballero de la triste figura, hacía las veces de Benjamín. No se adecuaba el físico a estos trajines y suplía la falta con enorme dosis de entusiasmo, lo que integraba a su carácter campechano y la admiración hacia el padre. Maldecía la hora en que Tomasito decidió enrolarlo en tan loca aventura y, casi berreando, se enredaba en la bejuquera, subía un metro y resbalaba tres.

Las cotorras, con algarabía, no ocultaban el alborozo; en bandadas describieron constantes evoluciones sobre las cabezas de los hombres que abandonaban estos predios. Con este preludio, desde el 18 de mayo hasta el 28 de julio de 1990, transcurrieron 38 jornadas muy fuertes. Enrique Chávez calculó al principio que el trabajo duraría algunos días, pero la realidad resultó otra bien distinta.

 

 

 

El esfuerzo no fue en vano. Cada penuria recibió recompensa. Del diario que llevó Tomasito extraemos varios fragmentos:

Mayo 18: Empezamos. Fue Roberto con Berto y estaba flojo por un aguardientazo. Hicieron cuatro metros de camino, hasta las doce del día.

Mayo 27: Fui con Chiro, mi primo. Adelantamos dos cordeles, desde la dichosa piedra resbaladiza hasta cerca de la *****jocuma, donde no sabíamos cómo continuar por lo intrincado de la loma. Con naranjas y croquetas aguantamos hasta las dos de la tarde. En estos primeros días hubo cinco kilómetros de baja y sube lomas.

Junio 12: Con Berto y Frank. Le dimos un poco de ancho al camino, pero luego de hablar con el bueyero Federico, éste me espetó que era preciso darle dos y medio metros de ancho. ¡Vaya, del carajo!

Junio 16: Estuve con Roberto y empezamos el tramo a pico y guataca sobre el monte. Aquí, en una ocasión que retiraba la barreta, cogí a Roberto por la cabeza y llegué a creer que lo había matado. Estaba empapado en sangre, perdió el conocimiento, yo no sabía qué hacer; cuando recobró el sentido me lo llevé y hubo que darle siete puntos sobre la herida.

        Junio 17: Solo una vez más, pero en esta ocasión trabajé apendeja’o. El escenario era de veras grimoso. Yo, en aquel paraje distante. Llegué a pensar la idea de abandonar mi propósito. Hice un cordel de camino, muy difícil y empinado. Resistí hasta la una de la tarde y luego me perdí de allí lo más rápido que pude.

Junio 20: Con Frank logré hacer la nueva vereda hasta el palo, con el fin de variar el camino en los paredones. Si uno de los troncos rodaba al barranco, donde las palmas se veían chiquiticas allá abajo, no iba quedar nada de la yunta y muchos menos de Federico, si se enredaba de alguna forma. Madrugada en Cumanayagua y diez kilómetros a pie. Sólo llevamos agua.

Junio 22: Pude ver a Federico, quien haciendo gala del nombre que le puso su madre, me dijo: “Vi el camino, pero en la loma está estrecho...” Tuve que ir de nuevo a rectificar sobre el terreno. ¡Le ronca este bueyero!

Junio 26: Una semana después de los carnavales en Cumanayagua Federico fue y pudo sacar los palos hasta el tope, ya que intentó con uno de los trozos llegar hasta más allá de la jocuma y no cabían los bueyes. Me exigió que tenía que volver a darle ancho al camino. ¡De ampanga!

Julio 8: Berto y yo ******beteamos dos cordeles. Otra madrugada, diez kilómetros cara a cara hombres y cedro.

Julio 26: Frank y yo solitos, en este día de homenaje y fiesta. Dos cordeles, madrugada y también sin agua. Tuvimos que caminar como loco.

Julio 28: ¡Gran productividad! Las tres de la tarde y seis cordeles. Dejamos los palos al final del camino. Fue preciso traer las yales, cables, guantes, etc. Hasta allí hubo que atravesar cuatro kilómetros de monte y bordeando farallones. La tarea quedaba cumplida en lo fundamental.

 

 

 

 

       Aún no termina esta historia. Estuvieron listas las *******guías el 15 de enero de 1991, pero restaba por acondicionar el camino en Loma del Sirio. De nuevo a la carga Roberto y Tomás: piedras, zanjas y siete kilómetros cuesta arriba.

Se requería de los bueyes y Federico, esta vez, no quería llevar a cabo el trabajo. Una tormenta eléctrica lo castigó fuertemente en el último punto de traslado de los bolos y cayó en un estado de desánimo...

Le resultó preciso a Tomás incorporarse a recoger café en su finca durante tres días, con el propósito de obligar moralmente al bueyero para que le ayudara el 18 de febrero, cuando ya el día 20 vencían las guías.

       Alguien lo dijo: la vida es un problema y la muerte ya no lo es. Quizás esta disyuntiva mantuviera firme a Tomás, porque se veía a merced de la cizaña de algunos malintencionados que aseguraban perdería los trozos de cedro.

       Cada guía admitía la autorización máxima de 250 pies y el palo, en su conjunto, aportaba 1 200 pies. Estas penas, juntas, las disiparon “Cuqui”, Luis Pérez y el presidente de la CPA de San Narciso.

Por fin, el 19 de febrero, el camión ZIL soviético partió con la valiosa carga. Quedó atrás la pesadilla. Entre el 20 de febrero y el 20 de abril permanecieron en el aserrío de Cumanayagua.

En esta última fecha Roberto, Federico, Tomás y Frank asistieron al día final de la anécdota, la que sí les aseguro resultó inolvidable para sus protagonistas. El corpulento árbol arrancado del corazón del Escambray, hecho tablones, descansaba tiempo después sobre la cama de otro camión.

Ahora el exquisito aroma de la madera cepillada da aires de templo asirio al hogar de Tomás, en construcción desde hace una década. La amplia y ventilada vivienda de Paseo de Martí No. 102, despierta la admiración de todo el que pasa.

En el interior del inmueble el gran protagonista celebra el triunfo. Freddy, Frank y Alexei -los tres hijos- han venido para reconocer que este hombre venció sobre las dificultades y lo irrealizable.

 

                                                            VOCABULARIO.

 

 *Término de Cumanayagua en los límites de Cienfuegos con la hermana provincia de Villa Clara.

 

**Cadena que se sujeta al objeto por mover y a otro punto fijo. Luego hacia este último la recoge una palanca.

   

***Ave endémica cubana. Los campesinos aseguran que el Arriero da la hora.

 

****Lagartos del monte que cambian de color para poder capturar mejor a sus presas o escapar de sus depredadores.

 

*****Arbolito del monte con nombre aborigen.

 

******De beta, arrastrar por medio de cadenas y una palanca o yale.

 

*******Documento indispensable para el traslado de madera  desde los bosques hasta los aserríos.

MATÉ 32 DE UN TIRO...

Al rey de los mentirosos lo conocí en la ruta de ómnibus Cumanayagua-Cienfuegos. Este trayecto relativamente corto de una hora, es para dejar atrás 27 ó 30 kilómetros desde la localidad escambradeña hasta la joven capital provincial, y  entre las más de 100 curvas que debe sortear el chofer siempre vale la pena promover algún tema de conversación.

Un día de sol de 1975 abordamos el ómnibus en la terminal cumanayagüense y cuando arribó a la primera  P de Monasterio, para recoger allí a cinco pasajeros más, noté que delante de mí iba un hombre de tierra adentro, tocado de guayabera y sombrero de yarey.

Conversaba con una mujer y ya varias personas seguían el desenvolvimiento de sus relatos y anécdotas. Por lo general de los demás se aprende algo nuevo y la curiosidad me llevó a no perder detalle de lo que relataba. Como, de hecho, estaba sumado al pequeño auditorio que le escuchaba sin chistar, dirigió hacia mí una mirada en busca de aprobación; así que comenzó a relatar hechos verdaderamente extraordinarios.

_El que quiera creerlo que lo crea -afirmó-, pero me han pasa’o cosas que hasta yo mismo pienso que nadie las va a creer.

Con estas palabras el silencio era casi total en la guagua. Seguiría muy atento lo que refería.

_Lo mejor para cazar jutías lo sé yo -prosiguió-, pues como ellas viven en los farallones, usted echa talco en la salida de la cueva y cuando salen empiezan a estornudar y toser, a darse golpes con las piedras. Se quedan atolondradas y uno las coge facilito.

Todos soltamos la carcajada estrepitosamente y él cortó ese entusiasmo con una advertencia.

_¡A ver...! ¿qué se atreva uno a decir que yo soy un mentiroso?

En esta parte de la charla tomé la palabra.

_¡Hombre, no se ponga así! Nos reíamos por la manera tan singular de cazar jutías, pero nada más, todos tenemos derecho a ver las cosas del color que queramos y hay que respetarnos.

El desconocido asintió y se dispuso a contar otra anécdota increíble, algo que nadie es capaz de imaginar. Dirigiéndose a mí lanzó esta segunda “guayaba”.

_Miren, yo un día maté con una escopeta de cartuchos 32 guineos de un tiro...

Hubo de inmediato un intercambio de expresiones, pero nadie lanzó la risotada, porque ya se pensaba que aquel hombre había acabado de salir de un hospital de dementes. No obstante, alguien, muy atrevido, interrogó:

_Y... ¿cómo es posible matar 32 guineos de un tiro?

_¡Muy fácil!, estaban juntiquitos, fue una casualidad, como si cada perdigón se hubiera encargado de la cabeza de un guineo  -explicó él con mucha seguridad en sus palabras.

En medio de interrogante y respuesta, yo pensaba velozmente. Era preciso descalabrar al mentiroso y hacerlo caer en su propia trampa. Comencé entonces a relatar el suceso que jamás haya escuchado nadie:

_Bueno, como bien usted ha dicho, le ocurren a uno cada cosas... que luego a la gente le resulta difícil creerlas.

Conocidos y no conocidos desviaron la atención hacia mí, incluyendo al “Tío cuenta cuentos”.

_Soy cazador de venados  -dije. Me fui completamente solo al Escambray y ese día estaba lluvioso. La neblina no permitía ver más allá de dos metros. Solté los cuatro perros que llevaba y esperé emboscado el paso del animal cuando viniera de vuelta. El ladrido de los venaderos casi no se escuchaba. Reviso la escopeta y descubro, con sorpresa, que quedaba un solo cartucho y mojado, los demás se perdieron en el monte, pues yo estaba empapado. Así y todo mantenía las esperanzas y entonces sentí que cierto objeto pinchaba mi pierna desde el bolsillo del pantalón. Metí la mano y era un clavo de doce pulgadas. En ese momento escuché los ladridos muy cerca y me da la idea, yo no sé por qué, de meterle el clavo a la escopeta por el cañón hacia adentro. Cavilaba: si esto dispara mato al venado, segurito que lo mato. Pasaron dos minutos más y agucé la vista lo más que pude. Venía a una velocidad de por lo menos 120 kilómetros por hora, pero así y todo le apunté bien a la cabeza y disparé. La estampida, que todavía debe estarse escuchando, fue ensordecedora y como en ese instante el venado pasaba muy pegadito a la palma de enfrente, lo dejé clavado por el rabo. Cuando vi al animal batallando, prisionero al tronco de nuestro árbol nacional, cogí un bate número veintiséis que encontré cerca y fui hasta allí y lo maté a batazos...

La carcajada unánime que siguió fue estrepitosa. El hombre me miró estupefacto y resultó ser el único de los pasajeros que no esbozó ni la más leve sonrisa. Yo aproveché ese momento y repetí:

_¡A ver!, ¿quién se atreve a decir que yo soy un mentiroso?

GAMBUSINES AL SACO...

Hace ya bastante tiempo por Los Cedros, en Cumanayagua, vivían tres hermanas que gustaban de hacer bromas a la gente para ir pasando el tiempo en aquellas soledades.

Se trabajaba duro, de sol a sol, y en ocasiones señaladas había algún guateque u otro tipo de fiesta para encontrar la manera de intercambiar opiniones entre vecinos distantes. Pocos hogares de la campiña cubana contaban con el radio de pilas y de los beneficios de la electricidad ¡ni hablar!

Las tres hermanas y su mamá disfrutaban de una situación económica desahogada, gracias a los esfuerzos del cabeza de familia, hombre recto que multiplicaba energías en cada jornada para que a ellas no les faltara nada.

Estas mujeres no perdían ocasión y como la virgen de la Caridad del Cobre les había cumplido un deseo suyo, hicieron la promesa de celebrar un “alumbrao” de 101 velas.

Ellas, desde días antes, se regodeaban por las bromas que gastarían y el padre, que las conocía muy bien. Advirtió:

_Muchachitas, cualquier día de estos, van a pasar un mal rato por reírse de la gente...

Pero no hacían caso a estas palabras. Prepararon una gran fiesta en medio de la miseria generalizada y sabían que allí asistiría mucha gente de los alrededores, para disfrutar de las galleticas, el chocolate, el queso criollo con dulce de guayaba, el café y los juegos de mano. Todo eso, hasta que se consumiera la última velita con la llegada del amanecer.

En este tipo de festividad no permitían niños, sólo personas mayores. Esta circunstancia daba una posibilidad más a las mujeres de llevar a cabo sus planes y de verdad que se esmeraron adornando las botellas, con papel de colores para insertarle una vela y situar en medio de las lucecitas diminutas la imagen de la virgen, con su semblante de santa y carita de niña quinceañera, observándolo todo con cierta complacencia.

La noche de aquel día por fin llegó y la anécdota venía en camino, sobre las piernas de Esteban y un amigo suyo. Del primero supimos que residía por estos alrededores, junto a varios hermanos más: Eugenio, Miguel, María, Magdalena, Pedro y Ramona. Como ven, miembro de familia numerosa, porque en el campo debía ser así, para enfrentar las duras tareas en colectivo.

El hambre atenazaba a Esteban y a su amigo. Este último, bastante próximo a la claridad de la casa que visitarían, encontró una mata bajetona.

_¡Mira para eso, Esteban, qué gallinas tan gordas! ¡Quién nos viera comiéndonos un arroz con pollo!

No hubo respuesta y ambos prosiguieron hasta la entrada del inmueble. Casi en la puerta su compañero le informa.

_Bueno, chico, voy a hacerme el loco para ver qué pasa en este “alumbrao”.

Diciendo esto aplastó el sombrero que traía para que diera la impresión de un huevo frito en medio de la cabeza.

Entró a la casa tímidamente y le daba la mano a la gente de medio lado, todo encogido. Esteban apenas podía aguantar la risa. Su compañero de andanzas, desgarbado y contrahecho, pero con mucha imaginación e iniciativa, devenía actor nato para convencer a los demás en lo que se propusiera.

Cuando las muchachitas ven entrar al “bobo”, ahí mismo se dijeron:

_¡Con este vamos a hacer la noche...!

Ellas, ni por asomo, recordaban la advertencia de su papá. Poco después reparten café y chocolate, y comienzan los juegos de manos. La botella da vueltas sobre el suelo y el compañero de Esteban pierde. Como castigo, las mujeres le ordenan:

_Coge este saco y esta varita; sales allá afuera y dices bien alto: ¡GAMBUSINES AL SACO!  y das golpecitos.

Calcularon ellas que se pondría cerca de la puerta y que al encomendar la presencia de las GAMBUSINES, todos se reirían de lo lindo, pero el amigo de Esteban pensó más ágilmente y llegó hasta la mata de ciruela, donde sabía que estaban las gallinas. En alta voz decía:

_¡Gambusines, al saco!  Y con la varita golpeaba una gallina. Repitió esta acción varias veces. Regresó a la sala de la casa en medio de las risas de las mujeres. Los invitados permanecieron estupefactos, pues aquel saco estaba repleto de algo y más aún cuando dejó caer el contenido en medio de la sala. Las hermanas se pusieron muy serias y el viejo, en medio del silencio que hubo, habló así:

_¡Yo se los decía! Esto les pasa por burlarse de la gente...

No quedó más remedio que calentar agua y por la madrugada ya todo el mundo estaba comiendo arroz con pollo...

 

El sargento Feliciano

Del Cumanayagua de ayer existen anécdotas que se cuentan hoy, por los más viejos, acerca del sargento Feliciano de la temida guardia Rural, el que de bobo no tenía un pelo y odiaba desaforadamente a los ladrones.

No tengo las referencias sobre cómo se hizo cabo, pero sí me han contado la prueba que le hicieron para ostentar los galones de sargento. Se dice que él y el cabo Pérez, viajaron hasta Santa Clara con ese fin. Los exámenes se realizaban de forma oral y en dúo.

_¡Cabo Pérez, repórtese!  -dijo con voz de mando un capitán.

_¡Aquí!  -respondió el aludido.

_Para usted, ¿qué es la Patria?

_La Patria, capitán, es sagrada. Es como nuestra madre, a quien debemos defender de cualquier afrenta. Si fuera preciso dar la vida por ella, no podemos vacilar ni un instante, porque se trata de la tierra que nos ve nacer y tarde o temprano nuevamente nos acoge en su seno.

Y el cabo continuó expresando ideas muy bellas acerca del concepto sobre Patria. Feliciano escuchaba e interpretaba, a su manera, todo aquello tan enmarañado que expresaba su compañero de armas.

_¡Cabo Feliciano, repórtese!  -conminó el oficial.

_¡Aquí!  -repitió.

_Para usted, ¿qué cosa es la Patria?

_Bueno, capitán, es algo así como la madre del cabo Pérez...

 

La Cuchilla del Majá

Al cabo de los años el recuerdo sobre La Cuchilla del Majá ha vuelto y creo oportuno expresar en palabras mis impresiones, y desde todas las perspectivas, sobre el halo de misterio que la envolvía.

La propiedad era reducida y su ex propietario Huberto Arco, me aseguró que aquí, más que en cualquier lugar encontraba buen hábitat el majá de Santa María y de ahí el nombre que le puso un hermano suyo a esta pequeñísima hacienda.

Los parajes que la rodeaban no tenían igual y dentro del área no menos enigmática del puente de Manacas; y lo que se contaba podía pararle los pelos de punta a cualquiera, a pesar de que actualmente todo se reduce al montón de ruinas y el cementerio de árboles retorcidos de la otrora exuberante arboleda.

Por estas razones la crónica que no fue posible escribir cuando yo apenas contaba seis años, la ofrezco hoy por el interés que siempre despertó en mí este rincón cumanayagüense.

Desde el aire La Cuchilla es una entre tres franjas de terreno, adherida a la ribera del arroyo Manacas, que delinea un tinte oscuro que sugiere desolación, mientras que de las aguas mansas que la bordean escapan destellos fantasmagóricos, como la advertencia a no tentar lo desconocido. En lo alto las bandadas de patos esquivan el paso sobre aquella tierra paradisíaca, cual si fuera este el reino de los duendes y fantasmas del monte.

Como en ningún otro lugar, en las transparencias líquidas se baña el sol. Miles de estrellitas ciegan al intruso que intenta de esta manera ver al Astro Rey; saltan en haz de arco eléctrico y así resulta imposible contemplarlas. Pocos consiguen posar su vista sobre la corriente para disfrutar de este espectáculo prohibido. Esos destellos únicos en el arroyo, se integran al universo sobrecogedor que rodea a La Cuchilla del Majá.

Para el visitante de hace 40 años la casona de madera se levanta en una pequeña elevación, quizás con la idea de evitar el efecto de la crecida del arroyo por la caída de un buen aguacero. Siempre supuse que esta casa está viva; duerme por el día y despierta por la noche. La realidad está fuera de ella, en el patio y su arboleda. Una casa singular como ésta, son dos; y la envoltura para proteger a sus inquilinos del ultramundo y maleficio de los espíritus adheridos a la oscuridad, que acechan alrededor.

Vista de frente, a la derecha, custodiándola, la pequeña arboleda de corpulentos árboles frutales, con algún que otro cedro hacia los extremos: mango, guayaba, naranja, limón, pero nunca en demasía y sí muy apreciados por el sabor exquisito, aunque no jugosos.

Algo bueno aportaba la tierra y también algún ingrediente faltaba a las plantas para desarrollarse de forma muy distinta a las demás.

La casona, al estilo español, parece algo traído de la ciudad al campo. Su pintura original está desteñida por la lluvia y sólo sobresale el gris. La madera, inexplicablemente, deja ver una lanita como si hubieran echado piel los testeros.

La vivienda está separada del suelo sobre un túmulo y dentro el techo alto, y dos cabillas lisas de acero que nacen de los extremos, enlazadas, dando la impresión de dos manos unidas que aseguran el equilibrio de la inmensa armazón de madera.

En el patio, profuso en vegetación, impresiona el coglutar de los guanajos y el bullicio de cientos de gallinas con sus crías. La vaquería a pocos pasos y aunque el ganado es poco, da muy buena leche. Los animales practican la extraña costumbre de dormir bastante por el día y pasar la noche en vigilia, como si en las sombras engendros demoníacos los vigilaran, y de ello estuvieran avisados.

Las frutas de la arboleda adquieren una coloración singular. Puede asegurarse que el maíz de consumo, crece con tanta fuerza, que se le escucha estirarse en los mediodías de silencio. Aquí los gorriones no se atreven a llevar su alboroto más allá del arroyo.

Una bandada de judíos, vigías del monte, entra en la finca y no tarda para que atraviese el lugar. En La Cuchilla hay aves de silencio: las chinchilas deslizándose detrás de los insectos o la paloma rabiche entonando su arrullo luctuoso sobre las ramas altas. Cuando el sol se despide no existe noche más oscura.

Cuentan que en la puerta de golpe, un hombre de baja estatura, de color blanco gelatinoso como las aguamalas, sin decir palabra, custodia esa entrada. Algunos, con otros ojos para ver, hacen otras referencias de este tipo.

Relatan que por las noches, luego de estar todos en casa, se mecen los sillones en la amplia sala o cae estrepitosamente al suelo la loza de la cocina. Cuando alguien valiente comprueba tal fenómeno, los balances están quietos y en la cocina nada se ha caído o está roto. Sólo un fantasma lograría atravesar las paredes y realizar semejantes travesuras.

En extremo y por encima de lo común estaban la inmensa colonia de ratas y ratones fuera de la casona, así como el  comportamiento de algunos animales domésticos. Nené, vaquero de la finca, poseía un caballo de buenas condiciones que, no se supo nunca por qué, nadie podía llamarle por el apelativo “Puya”. Cuando escuchaba esta palabra dicha en alta voz, arremetía contra el sujeto y si no andaba ligero y subía a un árbol, o al portal del inmueble, de seguro que lo mataba a patadas.

Por el patio merodeaba la “gallina asesina”. Era blanca y riza; y no había más que acercase a ella y sus crías, para que volara sobre uno y a ¡sacarle los ojos!. Por la suerte o habilidad de no perder ni un pollito, había escapado más de una vez al caldero.  Victoria y su esposo Yito, sin descuidarse, estaban prevenidos sobre este peculiar actuar. Esos ataques sucedían generalmente en contra de personas desconocidas, que por alguna razón iban hasta la  “tierra de nadie”.

Muchos también llegaron a creer que fueron únicos, sin igual, los pavos reales blancos de La Cuchilla del Majá. El enigma que encierra a estas aves es que, cuando la finca quedó olvidada y los fantasmas huyeron, ellos también desaparecieron y la última vez que se les vio juntos fue por la zona de Mercón. Ambos, quizás, conformaban el talismán, o equilibrio del bien, en este paraje que para siempre se ha quedado en la memoria de muchos cumanayagüenses.

¿Cuántas noches pasaron sobre la vetusta casona? ¿Cuántas veces, en la madrugada, el canto del sinsonte desvelado rompía el silencio? Al fin el misterio dejó de ser misterio. La yerba oculta ahora las pocas ruinas de la antes imponente vivienda, donde los naranjales de la empresa Cítricos Arimao invadieron la “zona de peligro” y manos de estudiantes de la ESBEC “Bárbaro Álvarez” siguen recogiendo  buenas frutas, sin saber que allí tuvieron larga vida los espíritus que esta vez enmudecieron para la eternidad.

Por mi parte, no podía renunciar a traer la visión del pasado hasta el presente, que es otro viejo recuerdo de este pueblo escambradeño, que no está lejos ni cerca de ningún lugar.

A la tercera fue la vencida...

Un suceso así puede ocurrir en la realidad. Desde hace bastante tiempo me estaba dando vueltas en la cabeza la idea de ponerlo a la consideración de ustedes, pero con una advertencia: CUALQUIER COINCIDENCIA CON PERSONAS Y HECHOS ES PURA CASUALIDAD...

Los sicólogos llaman “falsa memoria” a esa escena que vivimos y nos parece que ya anteriormente hemos representado. En mí cobró fuerza este fenómeno cuando escuché lo que alguien me contó en una mañana de sol, al amparo de un portal.

“No había hombre aquí que tuviera la suerte de Leonardo, que en los negocios de reses, el juego y las mujeres todo se le daba, tal y como lo planeaba. Poseía una salud increíble, nunca lo oí quejarse de nada.

“Tuvo por esposas las tres mujeres más bellas de este pueblo. No existía la hembra que se resistiera a su garbosidad y porte varonil, aunque en el fondo fuera ruin y cobarde, como más tarde me lo hizo comprender el destino que llevó.

“Alto, trigueño, esbelto y rico despertaba la envidia del resto de los hombres. Hacía derroche de todo aquello que la suerte le brindaba a dos manos y recuerdo la fastuosa boda con la primera mujer. Fue mucha gente al casamiento de Ana. A ella, como la expresión más alta de la candidez, se la veía muy feliz y ¡claro está! él también.

“Las mujeres suspiraron de pensar en haber sido una de ellas la elegida y otros varones añoraron verse en el lugar del agraciado. Durante la “luna de miel” él la paseaba a caballo y parecía una Amazona traída del Orinoco y no la guajira de estas tierras.

“Pero, con el paso del tiempo, con el paso de los meses y hasta del primer año, el bonitillo se fue saciando de los encantos de la mujer y comenzó a dejarla siempre en casa. Decían incluso que la maltrataba de palabra y golpeaba. De improviso se vio tan despreciada, sintió que su orgullo de mujer bonita se hacía añicos. Estuvo tan sola al lado del esposo que un día tomó la desesperada decisión de quitarse la vida.

_Leonardo, si tú no me quieres, me voy a quitar la vida  -le dijo.

_Eso es cosa tuya, mujer; a rey muerto rey puesto  -espetó con frialdad.

_¡Por Dios, Leonardo! ¿Por qué eres tan malo? ¿Por qué te casaste conmigo?, para ahora despreciarme...

_Ya no me gustas, no puedes darme lo que yo quiero... algo distinto.

“Y él la dejó a merced de su pena. Ella, para matar esa terrible soledad, se entregó a las llamas y la encontraron consumida, reducida a ceniza negra pegada a los huesos.

“Leonardo no derramó una lágrima en el funeral y eso lo vio muy mal todo el pueblo, aunque a fin de cuentas fue ella quien lo quiso así y la ley no podía hacerle pagar aquel crimen.

“Al poco tiempo la vida volvió a la normalidad. Leonardo seguía siendo el individuo de buena suerte para los negocios, el juego y las mujeres. No tardó en conquistar a la segunda fémina. La personalidad en ella irradiaba ingenuidad y él le explicó sobre la desgracia del primer matrimonio, que no había sido su culpa el triste fin que llevó la esposa.

“Le creyó, era prácticamente imposible que aquellos ojos varoniles pudieran decir mentiras. Entonces hubo otra boda fastuosa, casi la reproducción de la anterior, como si la primera hubiera sido el ensayo de esta. Esperanza tuvo momentos felices, pero también por poco tiempo

“De nuevo él se puso hosco. Detestaba estar a su lado. La despreciaba hasta en los más mínimos actos. Un noble corazón no puede resistir tanto desagravio y por esta vez, sin reproches, se marchó para siempre. Sólo dejó un papelito arrugado y unas letras:

_Me quito la vida, si es que eso te hace feliz...

“Se le vio hermético e impenetrable. Ni un solo músculo de su rostro se suavizó mientras duró el velorio de su segunda esposa. El semblante de pena de los presentes de la primera ocasión, ahora habíase trocado en estupor. Aquello rebasaba la frontera de lo casual. ¿Cómo cometer dos crímenes impunemente? La ley nada podía. Ella había escogido el camino del suicidio.

“A partir de aquí Leonardo empezó a tener menos amigos. Quedó un tanto aislado de los demás, aunque la suerte  -esa frágil compañera-  no le abandonaba. Seguía siendo el mismo de antes en los negocios.

“Conoció a la tercera y última esposa, Caridad. Era distinta, pues un brillo inexplicable vivía en la profundidad de sus pupilas negras; quizás eso fuera la mirada inteligente de algunas personas capaces de saber lo que estamos pensando. Una hembra formidable, puro sexo, pero de mucho carácter.

“Reía paranoicamente cuando él la enamoraba y se lamentaba de lo sucedido a las dos esposas anteriores. Leonardo sintió cierto temor hacia aquella actitud poco habitual en una mujer, pero no llegó a percatarse de que algo diferente ocurría.

“Él la poseyó, disfrutó más la sensualidad de ésta que de las otras, porque Caridad estaba hecha de fuego. Fue quien venció más de una vez su poder ancestral en el campo de batalla de las sábanas y almohadas. Con la primera frase de desdén le dijo ella a él, en medio de una risita casi imperceptible:

_Mi amor, si me desprecias a mí, yo seré quien te pegue candela.

_No ha nacido la mujer que me hable gordo  -hizo un ademán.

_¡Cuidado!, a mí no me vas a pegar, yo si tengo valor para hacerte comprender que a nosotras también hay que respetarnos.

“Leyó en aquellos ojos la resolución y por primera vez no tuvo valor para golpear a una mujer. De igual forma comenzó a dejarla sola en la amplia casona. Pero ella no fue presa de la congoja. Lo esperaba en el portal y cuando desmontaba del caballo, repetía:

_Yo seré quien te pegue candela a ti...

“La idea fue penetrando en el subconsciente, hasta cierto día que dormía a pierna suelta. Ella lo admiró por última vez y fue hasta la cocina. Tomó del refrigerador agua fría y la echó en la jarra que habitualmente contenía el alcohol, mientras en la diestra llevaba una caja de fósforos. Bruscamente lanzó el contenido sobre el cuerpo desnudo. El despertar súbito de Leonardo coincidió en el tiempo con el rallado de la cerilla...

_Cariño, ahora te toca a ti...

“Él, empapado, y ella con la llama roja entre los dedos, diminuta, pero capaz de multiplicarse en segundos...

 

ESCLARECEN LO SUCEDIDO... 

 

No había sido más que una broma, pero el corazón de la víctima no sobrepasó el estrés y dejó de latir. Aquí tampoco la ley tenía mecanismos establecidos. El pueblo no sintió alegría por la muerte de aquel hombre, pero sí hubo un acuerdo secreto entre todos: A LA TERCERA, FUE LA VENCIDA...