A la tercera fue la vencida...
Un suceso así puede ocurrir en la realidad. Desde hace bastante tiempo me estaba dando vueltas en la cabeza la idea de ponerlo a la consideración de ustedes, pero con una advertencia: CUALQUIER COINCIDENCIA CON PERSONAS Y HECHOS ES PURA CASUALIDAD...
Los sicólogos llaman “falsa memoria” a esa escena que vivimos y nos parece que ya anteriormente hemos representado. En mí cobró fuerza este fenómeno cuando escuché lo que alguien me contó en una mañana de sol, al amparo de un portal.
“No había hombre aquí que tuviera la suerte de Leonardo, que en los negocios de reses, el juego y las mujeres todo se le daba, tal y como lo planeaba. Poseía una salud increíble, nunca lo oí quejarse de nada.
“Tuvo por esposas las tres mujeres más bellas de este pueblo. No existía la hembra que se resistiera a su garbosidad y porte varonil, aunque en el fondo fuera ruin y cobarde, como más tarde me lo hizo comprender el destino que llevó.
“Alto, trigueño, esbelto y rico despertaba la envidia del resto de los hombres. Hacía derroche de todo aquello que la suerte le brindaba a dos manos y recuerdo la fastuosa boda con la primera mujer. Fue mucha gente al casamiento de Ana. A ella, como la expresión más alta de la candidez, se la veía muy feliz y ¡claro está! él también.
“Las mujeres suspiraron de pensar en haber sido una de ellas la elegida y otros varones añoraron verse en el lugar del agraciado. Durante la “luna de miel” él la paseaba a caballo y parecía una Amazona traída del Orinoco y no la guajira de estas tierras.
“Pero, con el paso del tiempo, con el paso de los meses y hasta del primer año, el bonitillo se fue saciando de los encantos de la mujer y comenzó a dejarla siempre en casa. Decían incluso que la maltrataba de palabra y golpeaba. De improviso se vio tan despreciada, sintió que su orgullo de mujer bonita se hacía añicos. Estuvo tan sola al lado del esposo que un día tomó la desesperada decisión de quitarse la vida.
_Leonardo, si tú no me quieres, me voy a quitar la vida -le dijo.
_Eso es cosa tuya, mujer; a rey muerto rey puesto -espetó con frialdad.
_¡Por Dios, Leonardo! ¿Por qué eres tan malo? ¿Por qué te casaste conmigo?, para ahora despreciarme...
_Ya no me gustas, no puedes darme lo que yo quiero... algo distinto.
“Y él la dejó a merced de su pena. Ella, para matar esa terrible soledad, se entregó a las llamas y la encontraron consumida, reducida a ceniza negra pegada a los huesos.
“Leonardo no derramó una lágrima en el funeral y eso lo vio muy mal todo el pueblo, aunque a fin de cuentas fue ella quien lo quiso así y la ley no podía hacerle pagar aquel crimen.
“Al poco tiempo la vida volvió a la normalidad. Leonardo seguía siendo el individuo de buena suerte para los negocios, el juego y las mujeres. No tardó en conquistar a la segunda fémina. La personalidad en ella irradiaba ingenuidad y él le explicó sobre la desgracia del primer matrimonio, que no había sido su culpa el triste fin que llevó la esposa.
“Le creyó, era prácticamente imposible que aquellos ojos varoniles pudieran decir mentiras. Entonces hubo otra boda fastuosa, casi la reproducción de la anterior, como si la primera hubiera sido el ensayo de esta. Esperanza tuvo momentos felices, pero también por poco tiempo
“De nuevo él se puso hosco. Detestaba estar a su lado. La despreciaba hasta en los más mínimos actos. Un noble corazón no puede resistir tanto desagravio y por esta vez, sin reproches, se marchó para siempre. Sólo dejó un papelito arrugado y unas letras:
_Me quito la vida, si es que eso te hace feliz...
“Se le vio hermético e impenetrable. Ni un solo músculo de su rostro se suavizó mientras duró el velorio de su segunda esposa. El semblante de pena de los presentes de la primera ocasión, ahora habíase trocado en estupor. Aquello rebasaba la frontera de lo casual. ¿Cómo cometer dos crímenes impunemente? La ley nada podía. Ella había escogido el camino del suicidio.
“A partir de aquí Leonardo empezó a tener menos amigos. Quedó un tanto aislado de los demás, aunque la suerte -esa frágil compañera- no le abandonaba. Seguía siendo el mismo de antes en los negocios.
“Conoció a la tercera y última esposa, Caridad. Era distinta, pues un brillo inexplicable vivía en la profundidad de sus pupilas negras; quizás eso fuera la mirada inteligente de algunas personas capaces de saber lo que estamos pensando. Una hembra formidable, puro sexo, pero de mucho carácter.
“Reía paranoicamente cuando él la enamoraba y se lamentaba de lo sucedido a las dos esposas anteriores. Leonardo sintió cierto temor hacia aquella actitud poco habitual en una mujer, pero no llegó a percatarse de que algo diferente ocurría.
“Él la poseyó, disfrutó más la sensualidad de ésta que de las otras, porque Caridad estaba hecha de fuego. Fue quien venció más de una vez su poder ancestral en el campo de batalla de las sábanas y almohadas. Con la primera frase de desdén le dijo ella a él, en medio de una risita casi imperceptible:
_Mi amor, si me desprecias a mí, yo seré quien te pegue candela.
_No ha nacido la mujer que me hable gordo -hizo un ademán.
_¡Cuidado!, a mí no me vas a pegar, yo si tengo valor para hacerte comprender que a nosotras también hay que respetarnos.
“Leyó en aquellos ojos la resolución y por primera vez no tuvo valor para golpear a una mujer. De igual forma comenzó a dejarla sola en la amplia casona. Pero ella no fue presa de la congoja. Lo esperaba en el portal y cuando desmontaba del caballo, repetía:
_Yo seré quien te pegue candela a ti...
“La idea fue penetrando en el subconsciente, hasta cierto día que dormía a pierna suelta. Ella lo admiró por última vez y fue hasta la cocina. Tomó del refrigerador agua fría y la echó en la jarra que habitualmente contenía el alcohol, mientras en la diestra llevaba una caja de fósforos. Bruscamente lanzó el contenido sobre el cuerpo desnudo. El despertar súbito de Leonardo coincidió en el tiempo con el rallado de la cerilla...
_Cariño, ahora te toca a ti...
“Él, empapado, y ella con la llama roja entre los dedos, diminuta, pero capaz de multiplicarse en segundos...
ESCLARECEN LO SUCEDIDO...
No había sido más que una broma, pero el corazón de la víctima no sobrepasó el estrés y dejó de latir. Aquí tampoco la ley tenía mecanismos establecidos. El pueblo no sintió alegría por la muerte de aquel hombre, pero sí hubo un acuerdo secreto entre todos: A LA TERCERA, FUE LA VENCIDA...
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Felipe Yera -
anne liz -