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Guamuhaya

ÚLTIMO NÚMERO... ¡PICAR EL MELÓN!

Cuando pienso en lo que voy a contarles puedo afirmar que en mi pueblo, olvidado y sin esperanzas antes del ’59, muchos crímenes quedaban impunes para siempre. No practicaban el análisis forense a quien fallecía por una u otra causa; y muy pocas veces el médico de la vecindad examinaba a fondo un cadáver o ejecutaba la autopsia. Para el que moría la única prueba era el oído atento del familiar allegado, que intentaba escuchar algún latido del corazón en medio del pecho. Hasta se dice que a dos personas por equivocación las enterraron vivas. Tan imprecisa como ésta circula aún la aseveración de lo acaecido en la función de un circo sin nombre que trajo a Cumanayagua cuatro mujeres famélicas, malabaristas y payasos, entre los cuales sobresalía un mago.

El precio para presenciar el espectáculo: a peseta los palcos y a medio las gradas. Solo hubo tres funciones y, como dice el proverbio, a la tercera fue la vencida. El malabarista ofreció la primera vez números con el clásico trío de pelotas, pero el mago robaba toda la atención. Sacaba palomas del bombín, anudaba pañuelos que se soltaban solos y comía candela. Fue aplaudido, pero no sucedió igual en la segunda y tercera noches.

Una viejecilla, jorobada, entre los palcos próximos a la pequeña pista circense, importunaba al ilusionista revelando sus mañas. Gritaba sin el menor recato: _¡Ahí...ahí!, detrás de la caja escondió la pelota. El hombre luchaba por reponerse y continuaba ella con su burla, el público descubría el truco y la emprendía con tremenda rechifla. Ejecutaba otro número y fracasaba. Aquella maldita vieja descubría cómo hábilmente retiraba los objetos fuera de la vista del auditorio. Intentó realizar la demostración de la botella sostenida en la punta de una cuerda fina y la obstinada mujer lo embromaba. _¡Tiene una bolita dentro... tiene una bolita dentro...!

La segunda función fue una tragedia para el mago e increíble decepción. Tuvo que recoger su “bolsa de Satanás” y el atril con la varita mágica; desaparecer detrás de las lonas, mientras el público implacable lo abucheaba. Eufórica, desde la soledad de su palco, la fatídica anciana, observaba a los asistentes con cierto destello morboso en la mirada. Al día siguiente por la noche, parecía que otra vez volvería a repetirse la angustia del artista. Ella, impávida, esperaba el desfile de actuaciones secundarias, hasta que el anunciador ofrecía unas disculpas: _Estimado público, rogamos nos dispensen, pues será imposible la presentación del gran mago Farfarel. Los asistentes enfurecieron y el jefe de puesto de la Rural amenazó con llevarse preso al dueño del circo.

La impertinente abuela se unió al reclamo y tras corta espera apareció el mago, intentando esbozar la sonrisa que no compaginaba con el semblante pálido, desencajado. Él alcanzó una pelota de siete colores y la mostró. Luego el recipiente de forma cilíndrica donde la dejó caer dentro. Tomó una caja de madera y cristal, con el fondo negro en uno de sus extremos y precisamente aquí hizo su aparición la esférica multicolor. El público había quedado impresionado, pero ella se incorporó del asiento. _Eso es mentira, dentro del cilindro está la primera pelota detrás del doble fondo y en la caja de cristal la otra, que es de tela con un muelle...

Comenzaron las risas y al instante la rechifla. La ilusión del número estaba rota, hecha añicos. Esta circunstancia el mago la aprovechó para llevar a cabo su último y más extraordinario número. Dijo así: _Señoras y señores, alguien ha influido sobre mi conciencia. Aquí hubo silencio y seguidamente la risita maliciosa en boca de la retadora. _Para dejarles un recuerdo que no olviden nunca -agregó el mago- haré mi última demostración.

Apareció en la pista el ayudante. Colocó sobre la mesita del prestidigitador un melón y cuchillo bien afilado. El mago asió fuerte, lo más que pudo el pérforo cortante. Por primera vez enfrentó la mirada de la jorobada. Luego desvió la mirada hacia los palcos y gradas sumidas en la expectación y expresó entonces mirando a los ojos de la imprudente: _Concéntrense todos conmigo, voy a picar el melón, para que un alma perversa abandone su cuerpo material.

Entre la tenue neblina de los cigarros flotaba el presagio. Completó los movimientos hacia arriba y hacia abajo; como un rayo la hoja filosa atravesó de parte a parte el fruto. La vieja, en su asiento, sufrió sacudida violenta en estas fracciones de segundos, como si hubiera sido tocada por la luz del trueno y cayó entre las sillas estrepitosamente. El mago movía el cuchillo y el cuerpo de ella debatiéndose, pues parecía que el acero invisible le estuviera hurgando las entrañas. Esa agonía duró poco, hasta que él retiró su mano de la empuñadura del arma blanca. Quedó tendida con una expresión de sorpresa infinita. Varias mujeres gritaron pidiendo auxilio, pero nadie atinaba a moverse, clavados en sus asientos.

El artista inclinóse en señal de saludo, sin importarle el pánico in crescendo. Sólo cuando desapareció detrás del telón, el jefe de puesto de la Rural, ordenó: _¡Cójanlo, coño! Los guardias no dieron con él. Interrogaron al circo de mala muerte y éste informó que lo había contratado, pero que nada sabía sobre su verdadera identidad. El médico del pueblo, por curiosidad científica, realizó la autopsia. El corazón aparecía estremecido por fuerte colapso. La intrusa bien muerta y contrariamente a cualquier otro caso, todos preferían no contar lo sucedido. Yo, sin embargo, estoy seguro que ese enigma del pasado hoy día hubiera tenido explicación...

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