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Guamuhaya

Mi papalote blanco...

 

A Mario Carballosa Herrera: Macuco, lo considero hombre modesto, entre los cientos de miles que conforman los barrios, aunque nadie pueda negar que como padre y abuelo posea una historia particular y al frente de la familia, la palabra suya no tenga discusión.

La pobreza, que no es una deshonra, pero sí una desgracia, quizás impulsó a este cumanayagüense de toda la vida, para que cometiera y aún cometa alguna que otra artimaña de menor cuantía, de lo cual debiera arrepentirse.

La anécdota que voy a sacar del recuerdo, para mí nada agradable, se desarrolla en el primer lustro de los años 1960, cuando la calle Potrerillo, en su curva, después del parque recién construido por la Revolución, tenía como parabán para  los transeúntes una cerca de “Piña de ratón”. De ahí en lo adelante se extendía el potrero de alguien y, por lo alejado, el entonces futuro barrio de El Cotorro.

Existía más hacia el norte una breve colina con un prado natural muy verde, de “Pasto mejicano”, donde la chiquillería corría descalza. Yo, por aquí, con mis once eneros pasaba camino del río casi todos los días del año, para bañarme en el charco que habíamos bautizado como “El brinco de la chiva”.

Esta misma colina, donde el aire del norte en el mes de enero bate con fuerza, me pareció en cierta ocasión el sitio ideal para empinar mi papalote y en la tarde que no he logrado olvidar, aunque la haya perdido en el almanaque, fui hasta allí con esa intención.

Mi *cometa blanca, confeccionada por mis manos, era cuadrada, de poca maniobrabilidad, pero excelente voladora. A poco de dejarla a merced del ente invisible, ella se elevó con resolución hasta desafiar el cenit.

Estoy seguro que mucha gente, desde buena parte del pueblo, podía apreciar -muy airoso- a mi papalote blanco, como el ala de ¡sabe Dios qué ave!, mantenerse en lo alto del cielo azul de Cumanayagua. Allí estaban sujetos mis sueños infantiles.

Apoyé el cuerpo sobre el fresco césped y sentía en el hilo la fuerza de Eolo: el viento, que pugnaba por arrebatarme mi catana; pero no había por qué temer, el sostén era de pitilla y los güines de Castilla, escogidos por mí, además de vestidos con papel crepé comprado en la quincalla de Emilio Arocha.

Estaba absorto, orgulloso de este aparato volador que ya 60 años Antes de Nuestra Era había diseñado y volado el filósofo griego Arquitas, muy probable con la intención de crear un “sofisticado” medio de guerra.

El alboroto de varios muchachos como yo, a cierta distancia, me hizo salir muy rápido de mis pensamientos de placer. La risa de todos y el brillo desacostumbrado de sus ojos, eran el presagio de algo que ya debía sucederme, y yo aún no comprendía.

Pasaron algunos minutos y para mi viva impresión, como si emergiera desde la propia loma, ascendía al cielo con rapidez otra cometa picúa, de color negro, con el rabo de cintas usadas de máquina de escribir, muy largo, y donde fácilmente estaban visibles tres crucetas confeccionadas con cuchillas de afeitar Guillette.

Semejaba el “dragón alado”, que ya había visto en películas y representado por el Guiñol de Cienfuegos. El corazón casi se me sale por la boca, pues le había dado mucho hilo a mi papalote y no podía correr a ninguna parte, pues el paso abrupto de un arroyo y dos árboles cercanos lo impedían.

Opté por salvar todo el cordel que pudiera. Halaba con desespero de la catana y creo que hasta ella había cobrado vida, y me instaba a que la recogiera y no la dejara a merced de la pirata voladora, que aproximábase con fría exactitud.

Por mucho que moví las manos no logré evitar el momento álgido. La picúa negra dejó descansar su rabo letal sobre el hilo y fue cobrada por Macuco. En segundos las cuchillas y sus malévolos destellos cortaron la pita y mi papalote blanco no hizo más resistencia al aire, se desnucó y dejó llevar por el viento con la cabeza gacha; se iba a bolina.

El tropel de muchachos, grandes y chicos, todos con los pies desnudos para ahorrar zapatos, corrió para obtenerlo como trofeo, pero cayó tan lejos, al otro lado del río, más allá del puente de Breñas, que nadie alcanzó a poseerlo otra vez como yo, en calidad de dueño.

Mario me dedicó, desde el punto más alto de la colina, una mirada de triunfo. Disfrutaba mi desgracia y yo, con un nudo en la garganta y lágrimas en los ojos, acabé de recoger el hilo que había salvado y me fui en silencio.

Él había roto lo que no debía romperse; se había quebrantado la esperanza. No sabía yo entonces que muchas veces en mi vida me iban a cortar ese hilo imperceptible de las ilusiones; que una y otra vez vagaría en caída hacia la nada para, nuevamente, volver a levantarme y volar junto a la esperanza, en cada ocasión con mayor ímpetu y experiencia.

Hoy, allí pervive la breve colina donde empiné y perdí para siempre mi papalote blanco del primer lustro de 1960, y está por terminar su curso la calle “A”, entre la 13 y Río.

 

*La invención de la cometa, papalote o catana, se atribuye al filósofo griego Arquitas, quien vivió en Tarento entre los años 300 y 400 Antes de Nuestra Era. Es en el Oriente -y de manera especial China, Japón e Indonesia- donde constituyó pasatiempo antiguo y popular.

La cometa toma formas diversas: dragones, peces, pájaros, lámparas y mariposas. Precisamente, el vocablo papalote pertenece a la antigua lengua azteca y significa “mariposa”.

Las catanas que hoy empinan nuestros hijos y nietos, tuvieron un destacado papel en la Historia: Benjamín Franklin construyó una en 1752 y la hizo volar dentro de una tormenta. La electricidad que se trasmitió a tierra por medio del hilo de seda que la sostenía, demostró de manera inequívoca la naturaleza eléctrica del relámpago.

En el siglo XIX fue común el uso de la cometa con fines meteorológicos. Además, en 1894, Marconi, Guglielmo o Guillermo Marconi (1874-1937), ingeniero electrotécnico italiano, premiado con el Nobel y conocido como el inventor del primer sistema práctico de señales de radio, lanzó su primera señal a través del océano Atlántico y nada menos que se valió de una cometa, para elevar la antena de la estación receptora.

Por lo expresado, si ves un papalote volando, míralo con mucho cariño, porque ése es de un niño...

 

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