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Guamuhaya

GAMBUSINES AL SACO...

Hace ya bastante tiempo por Los Cedros, en Cumanayagua, vivían tres hermanas que gustaban de hacer bromas a la gente para ir pasando el tiempo en aquellas soledades.

Se trabajaba duro, de sol a sol, y en ocasiones señaladas había algún guateque u otro tipo de fiesta para encontrar la manera de intercambiar opiniones entre vecinos distantes. Pocos hogares de la campiña cubana contaban con el radio de pilas y de los beneficios de la electricidad ¡ni hablar!

Las tres hermanas y su mamá disfrutaban de una situación económica desahogada, gracias a los esfuerzos del cabeza de familia, hombre recto que multiplicaba energías en cada jornada para que a ellas no les faltara nada.

Estas mujeres no perdían ocasión y como la virgen de la Caridad del Cobre les había cumplido un deseo suyo, hicieron la promesa de celebrar un “alumbrao” de 101 velas.

Ellas, desde días antes, se regodeaban por las bromas que gastarían y el padre, que las conocía muy bien. Advirtió:

_Muchachitas, cualquier día de estos, van a pasar un mal rato por reírse de la gente...

Pero no hacían caso a estas palabras. Prepararon una gran fiesta en medio de la miseria generalizada y sabían que allí asistiría mucha gente de los alrededores, para disfrutar de las galleticas, el chocolate, el queso criollo con dulce de guayaba, el café y los juegos de mano. Todo eso, hasta que se consumiera la última velita con la llegada del amanecer.

En este tipo de festividad no permitían niños, sólo personas mayores. Esta circunstancia daba una posibilidad más a las mujeres de llevar a cabo sus planes y de verdad que se esmeraron adornando las botellas, con papel de colores para insertarle una vela y situar en medio de las lucecitas diminutas la imagen de la virgen, con su semblante de santa y carita de niña quinceañera, observándolo todo con cierta complacencia.

La noche de aquel día por fin llegó y la anécdota venía en camino, sobre las piernas de Esteban y un amigo suyo. Del primero supimos que residía por estos alrededores, junto a varios hermanos más: Eugenio, Miguel, María, Magdalena, Pedro y Ramona. Como ven, miembro de familia numerosa, porque en el campo debía ser así, para enfrentar las duras tareas en colectivo.

El hambre atenazaba a Esteban y a su amigo. Este último, bastante próximo a la claridad de la casa que visitarían, encontró una mata bajetona.

_¡Mira para eso, Esteban, qué gallinas tan gordas! ¡Quién nos viera comiéndonos un arroz con pollo!

No hubo respuesta y ambos prosiguieron hasta la entrada del inmueble. Casi en la puerta su compañero le informa.

_Bueno, chico, voy a hacerme el loco para ver qué pasa en este “alumbrao”.

Diciendo esto aplastó el sombrero que traía para que diera la impresión de un huevo frito en medio de la cabeza.

Entró a la casa tímidamente y le daba la mano a la gente de medio lado, todo encogido. Esteban apenas podía aguantar la risa. Su compañero de andanzas, desgarbado y contrahecho, pero con mucha imaginación e iniciativa, devenía actor nato para convencer a los demás en lo que se propusiera.

Cuando las muchachitas ven entrar al “bobo”, ahí mismo se dijeron:

_¡Con este vamos a hacer la noche...!

Ellas, ni por asomo, recordaban la advertencia de su papá. Poco después reparten café y chocolate, y comienzan los juegos de manos. La botella da vueltas sobre el suelo y el compañero de Esteban pierde. Como castigo, las mujeres le ordenan:

_Coge este saco y esta varita; sales allá afuera y dices bien alto: ¡GAMBUSINES AL SACO!  y das golpecitos.

Calcularon ellas que se pondría cerca de la puerta y que al encomendar la presencia de las GAMBUSINES, todos se reirían de lo lindo, pero el amigo de Esteban pensó más ágilmente y llegó hasta la mata de ciruela, donde sabía que estaban las gallinas. En alta voz decía:

_¡Gambusines, al saco!  Y con la varita golpeaba una gallina. Repitió esta acción varias veces. Regresó a la sala de la casa en medio de las risas de las mujeres. Los invitados permanecieron estupefactos, pues aquel saco estaba repleto de algo y más aún cuando dejó caer el contenido en medio de la sala. Las hermanas se pusieron muy serias y el viejo, en medio del silencio que hubo, habló así:

_¡Yo se los decía! Esto les pasa por burlarse de la gente...

No quedó más remedio que calentar agua y por la madrugada ya todo el mundo estaba comiendo arroz con pollo...

 

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